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LAS SUPUESTAS MENTIRAS DE SAN PABLO

Dice una expresión acertada:

Se alegra el ladrón
De que otro sea hallado
En su mismo estado
O vil condición.

Pero esto no le sucede solamente a los ladrones; por lo general, toda persona siente algo de satisfacción cuando sabe que otros se unen a su grupo, o que son participantes de las mismas situaciones, vicios o virtudes que ellos disfrutan o padecen. Por eso es que los fieles nos alegramos cuando alguien se une a la iglesia; por eso es que los infieles se alegran cuando alguien se sale de la iglesia, y no es cosa extraña, pues también los ángeles de Dios se alegran cuando un pecador se arrepiente (Luc.15:10) y los demonios sienten otro tanto cuando logran arrastrar a los hombres a la perdición.
Teniendo esto en cuenta es fácil comprender por qué cuanto más baja es la moralidad de una persona, tanto más se complace en manchar la reputación de otros, incluso, apelando a la exageración o a la calumnia cuando no halle motivos suficientes o reales para difamar.
¿Qué se puede pensar de aquéllos que se alegran de encontrar «mentiras» en las declaraciones de San Pablo? Lo más probable es que con ese «hallazgo» crean justificadas sus propias mentiras.
Yo no creo que San Pablo haya sido mentiroso, pero tampoco creo que haya necesidad de que yo lo defienda, pues como él mismo declaró, por encima de su conciencia (y por encima de la opinión de los demás) el Señor es su Juez.

"Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; mas el que me juzga, el Señor es." 1Cor.4:4.

Si trato, pues, de poner en claro la veracidad de lo que dijo Pablo es para defender a algunos simples que pueden ser confundidos por los que esgrimen esas supuestas mentiras para defender las suyas.
Dicen algunos que, para salir de apuros, cuando a San Pablo le convenía aparecer como judío, decía: “Yo soy judío” (Hech.22:1-3), pero que cuando no le convenía aparecer como judío, entonces decía: “Yo soy romano” (Hech.22:25-29). De igual manera, y según le conviniera, unas veces decía: “Yo soy cristiano”, y otras: “Yo soy fariseo” (Hech.23:6). No hallando como armonizar estas declaraciones, las tienen por contradictorias o mentirosas, llegando así a la ligera conclusión de que el ejemplo del apóstol demuestra que es lícito decir mentiras en beneficio propio. Por supuesto, ese razonamiento se desmorona si se demuestra que lo que dijo Pablo era cierto, así que vale la pena analizar este asunto.
Aunque el nacimiento de Pablo no fue en Judea, él era verdaderamente judío, porque lo era de raza y de corazón. Sus padres y todos sus ascendientes eran hijos legítimos de Israel, como declara en la siguiente cita bíblica:

"Digo pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la simiente de Abraham, de la tribu de Benjamín." Rom.11:1.

Además, desde muy joven Pablo se trasladó a Jerusalem donde completó sus estudios en la escuela de Gamaliel, uno de los rabinos más famosos de su época, lo cual hizo que fuera judío no solamente de raza, sino también por su entera formación patriótica y religiosa.
Es sabido que no todos los súbditos de Roma tenían el privilegio de ser ciudadanos romanos. Los esclavos, por ejemplo, aun cuando hubiesen nacido en la misma capital del imperio, nacían privados del derecho de ciudadanía, pero Pablo era ciudadano romano, no tanto por haber nacido en Tarso de Cilicia, una posesión romana del Asia Menor, sino porque su padre, aunque judío, disfrutaba del privilegio de tan alta ciudadanía. Actualmente, ¿no hay judíos mexicanos? ¿no hay judíos norteamericanos, españoles, rusos y de todas las nacionalidades del mundo? Entonces, ¿por qué extrañarse de que San Pablo fuese judío y romano a la vez?
Nadie pone en duda la autenticidad de San Pablo como cristiano, pero también es muy cierto que él era fariseo, y hasta es posible que haya sido miembro del Sanedrín, donde tenía voz y voto según se deja entrever en el libro de los Hechos.

"Y Saulo consentía en su muerte [la muerte de Esteban]..." Hech.8:1.
"Y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo también estaba presente, y consentía a su muerte, y guardaba las ropas de los que lo mataban." Hech.22:20.
"...yo encerré en cárceles a muchos de los santos, recibida potestad de los príncipes de los sacerdotes; y cuando eran matados, yo di mi voto." Hech.26:10.

Sabemos que los fariseos y demás fanáticos judíos tenían por costumbre expulsar de su comunidad a los que de ellos se convertían al cristianismo, pero no encontramos en las Escrituras que Jesucristo o sus seguidores hayan exigido de los judíos convertidos el que renunciasen a lo básico de su antigua religión para poder ser aceptados en la iglesia.

"Entonces habló Jesús a las gentes y a sus discípulos, diciendo: Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y los fariseos: Así que, todo lo que os dijeren que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras: porque dicen, y no hacen." Mat.23:1-3.

Según los versículos anteriores, Jesús mismo ordenó a sus discípulos y a otras gentes que guardasen e hiciesen conforme a todas las enseñanzas de los escribas y de los fariseos (aunque claro está, no imitándolos en su hipocresía, en sus extremismos ni en sus desviaciones), pues aunque algunos afirman otra cosa, el cristianismo no surgió como una religión nueva y distinta, sino como un mayor desarrollo del judaísmo, que, en cumplimiento de las profecías, debía ser despojado ya de la estrechez de su nacionalismo, así como de lo superfluo y de lo temporal de sus ritos, para reafirmarse en los valores reales de la Ley, a la luz del Mesías ya llegado.
El hecho de que, al convertirse, Pablo haya renunciado a los errores y extremismos del fariseísmo no quiere decir que también haya dejado de amar y de practicar los principios doctrinales que dieron origen a la secta siglos atrás, y que ya vimos que el mismo Jesús aprobó. Es de notar en Hech.23:6 que Pablo no dijo: “Yo fui fariseo”, sino “Yo soy fariseo”, lo cual demuestra que él seguía sintiéndose fariseo a pesar del odio de sus antiguos colegas.
Otra supuesta mentira de San Pablo fue cuando, habiendo sido acusado de haber maldecido al sumo sacerdote, dijo:

"No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: Al príncipe de tu pueblo no maldecirás." Hech.23:5.

Alegan algunos: “Siendo que el sumo sacerdote usaba vestimentas especiales que le distinguían entre los demás; siendo que era una figura prominente entre los judíos; habiendo sido Pablo mismo miembro del Sanedrín, ¿no es ilógico admitir que de verdad él no reconoció al sumo sacerdote, estando en su presencia?
Primeramente debemos tener en cuenta que las vestimentas especiales del sumo sacerdote eran usadas solamente en ocasiones especiales*. Por otra parte hay que considerar que Pablo acababa de llegar a Jerusalem después de haber pasado muchos años fuera de esa ciudad. Además, nos dice la historia que en sus últimos tiempos el sumo sacerdocio dejó de ser un cargo vitalicio, y a menudo se convirtió en un instrumento que los gobernantes civiles empleaban para la ejecución de sus designios. Bajo el gobierno de los romanos este cargo fue degradado con frecuentes cambios, habiéndolo desempeñado unas 28 personas en un relativamente corto número de años**. Siendo esto así, ¿no es perfectamente admisible que la cara del sumo sacerdote de turno fuese desconocida de Pablo, y que cuando uno de sus jueces le mandó herir, él le dijera: “Herirte ha Dios, pared blanqueada”, sin saber que aquel hombre era el sumo sacerdote?
Si reconocemos que San Pablo era verdaderamente judío y verdaderamente romano; verdaderamente cristiano y verdaderamente fariseo. Si admitimos, además, que era demasiado listo como para enredarse diciendo una mentira inaceptable ante sus jueces; si admitimos, en fin, que San Pablo era un hombre enteramente veraz, ¿en qué se ampararán ahora los que escudriñan las Escrituras para hallar una justificación a sus propias mentiras?

Ob. B. Luis, Zitoon Yerbaniz, agosto de 1987.

*El tribuno y algunos otros soldados romanos también estaban presentes en el juicio que le hicieron a Pablo, y esto da a entender que el concilio no estaba reunido en el local de sus sesiones habituales, sino en las afueras de la fortaleza. Eso confirma que el sumo sacerdote no estaba usando las vestiduras especiales que le hubieran distinguido entre los demás sacerdotes.


** Ver el diccionario Bíblico por W. W. Rand, bajo la palabra: Sumo sacerdote.